Es en la fotografía Still Life donde me permito hacer locuras y jugar con los colores, dejando paso libre a mi mundo interior, la creatividad, imaginación y buen humor.
En el confinamiento, decidí dedicar la integridad de mis días a hacer esperas y fotos a las aves que sobrevolaban la azotea de mi casa.
Tras asistir a algunos cursos especializados en fotografía de arquitectura y realizar algunos trabajos, decidí establecerme profesionalmente como Fotógrafo de Arquitectura & Interiorismo.
Muy pronto la fotografía pasó de ser una afición a una obsesión. Me di cuenta rápidamente de que contar historias con imágenes me resultaba tremendamente natural.
De mi trabajo me gusta mucho que es muy humano; conocer gente nueva, intentar sacar su lado más íntimo, o simplemente retratar momentos importantes y emotivos para ellos.
Me gusta pensar que me convertí en un arquitecto de fotografía: invertí el proceso de la arquitectura. En vez de buscar memorias, referencias y fotografías para diseñar un espacio tridimensional, yo tomo esos espacios tridimensionales y los traduzco a líneas sobre un medio bidimensional.
Cuando empecé a trabajar como fotógrafa me di cuenta que las producciones que más me interesaban y disfrutaba eran las que implicaban situaciones en las que la comida estuviera involucrada.
Me empecé a dedicar exclusivamente a este oficio, abriendo uno de los primeros estudios fotográficos especializados en mascotas.